No existe ninguna duda de que el coronavirus ha sido una de las peores cosas que hemos vivido en las últimas décadas. Durante estos últimos meses, todos hemos experimentado muy de cerca sus consecuencias, tanto sociales, como personales y económicas, las cuales probablemente estén todavía por llegar en peores dimensiones.

Sin embargo, el virus nos ha obligado a adaptar nuestra forma de vida muy rápido a la nueva situación y a la nueva normalidad, y en algunos aspectos tenemos la sensación de que, en esta nueva forma de vida, hay algunas cosas de nuestro día a día que han llegado para quedarse por mucho tiempo. La mayoría de personas hemos tenido que adaptarnos a trabajar desde casa, y a convivir durante las 24 horas del día con las personas que cohabitan con nosotros.

Las personas que trabajan en una oficina, y que pasaban horas sentadas en sus puestos de trabajo frente a un ordenador, teniendo miles de reuniones en distintos puntos de la ciudad, invirtiendo y a la vez malgastando su tiempo en ir y volver a su puesto de trabajo desde casa, han agradecido el cambio y la decisión que han tomado muchas empresas en continuar con el teletrabajo, al menos la mitad de los días laborales. 

Muchas empresas han descubierto que se puede ser igual de eficiente o incluso más, trabajando desde casa, permitiendo una mejor conciliación entre el trabajo y la vida personal y familiar. Además, gracias a las tecnologías que existen hoy en día, con las videollamadas se pueden realizar reuniones de la misma manera que de forma presencial, y con la misma efectividad.

Toda esta situación nos lleva a pensar inevitablemente que, si el teletrabajo ha llegado para quedarse, muchas personas y familias que tenían que renunciar a compartir su vida con un perro porque pasaban hasta doce horas fuera de casa, ahora podrán disponer del tiempo suficiente para cuidar de él y para acompañarlo durante todo el día.

Tener un perro es una gran responsabilidad que requiere de tiempo, paciencia, comprensión, algo de dinero para poder cubrir todas sus necesidades, un espacio y un entorno apropiado, etc.

Cuando somos pequeños, todos tenemos la ilusión de tener un compañero de vida que nos acompañe en todas las aventuras. A muchos de los niños, sus padres les conceden ese deseo porque se lo pueden permitir y porque cumplen con todos los requisitos necesarios para tener una mascota con tantas responsabilidades, por lo que comparten su vida con un perro. Al crecer la ilusión continúa, pero se comienza a pensar más en el gasto que supone y en los daños que pueden ocasionar en el hogar, y en el tiempo de vida social que quitan.

A pesar de todo, al hacernos mayores las cosas cambian. Vivimos mucho más tiempo sentados y en muchos casos, solos. Por ello, un perro es una de las mejores soluciones, siempre y cuando la persona pueda permitírselo y disponga de tiempo para él.

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